El camino de la Revolución

EN EL AÑO 1810

"El chasque". Pintura ilustrativa de Aldo Chiappe
        En la actualidad, los sucesos ocurridos en diferentes lugares del mundo, del país, de la región o de la localidad, se divulgan de manera inmediata. Esta inmediatez lograda por los medios de comunicación permite observar, escuchar y discernir sobre lo sucedido en diferentes aspectos de la realidad. En otras épocas la propagación de una información llevaba su tiempo y la magnitud de los cambios no se apreciaba con facilidad.
        Así ocurrió en mayo de 1810, cuando se inició el proceso revolucionario en Buenos Aires. Mientras los sucesos se precipitaban diariamente en la capital del Virreinato, los hechos acaecidos en el viejo continente demoraban “…entre dos y tres meses para ser conocidos aquí, debiéndose no pocas veces a la desigual velocidad de las naves o su captura por los cruceros enemigos, [...] los americanos tenían que forjarse opiniones políticas según las noticias truncas, revueltas por el tiempo y deformadas por la distancia que de Europa les llegaban...”.(1)
        La Junta Provisional Gubernativa de las Provincias del Río de la Plata se convirtió en el nuevo referente político que seguía aceptando la autoridad del rey Fernando VII. Una innovación política de estas características implicaba modificación de jerarquías de poder y tomas de decisión que exigían adoptar posturas. Tales decisiones llevaron inevitablemente a una fragmentación partidista frente a la nueva gestión de gobierno; patriotas y realistas se disputaban el poder.
        Una de las primeras resoluciones de la nueva autoridad central fue la de comunicar las decisiones tomadas a los pueblos del interior. En estos casos los jinetes encargados de transmitir noticias emprendían la travesía colgando de sus recados bolsas de bizcocho y sal, además de los infaltables chifles de aguardiente en la cabezada delantera del caballo.
        José Espíndola o José de Espíndola y Peña fue uno de los criollos enviados por la Primera Junta de Gobierno al interior. Para llegar a Santa Fe el enviado necesitaba de tres a cuatro días; debía recorrer 340 millas de distancia y cruzar por San José de Flores, Morón y Luján para cambiar cabalgadura. Los encargados de las postas ubicadas a intervalos más o menos regulares sólo podían ofrecer agua caliente para el mate y un trozo de carne asada.
        En Arroyo del Medio —jurisdicción de Santa Fe— se encontraba la primera parada atendida por individuos conocedores del terreno; esos baqueanos recibían el nombre de postillones y sus conocimientos geográficos eran de tal utilidad que las autoridades los exceptuaban del servicio de armas para que estuvieran dispuestos a prestar dicha prestación a los transeúntes.
       Desde allí los viajeros continuaban por Arroyo Seco, Capilla del Rosario, río Carcarañá, Carcarañá, Barrancas, Coronda, Monte de los Padres y río Santo Tomé.
        El comerciante inglés John Parish Robertson, quien había recorrido en aquellos años ese camino, detallaba las características del mismo:
“Después de abandonar Luján, vi dos miserables villas, Areco y Arrecife; vi tres pequeños pueblos, San Pedro, San Nicolás y Rosario, cada uno con 500 y 600 habitantes; vi un Convento llamado de San Lorenzo, que albergaba treinta frailes; y vi también ranchos de barro…”. (2)
        Cada emisario tenía órdenes de entregar los papeles públicos a las autoridades de los pueblos que encontraran en su trayecto. Prudencio de Gastañaduy, el teniente gobernador de Santa Fe, recibió la comunicación sobre la formación de la Junta Provisional Gubernativa, once días después de la revolución. Ante esta situación la campana santafecina conocida como Carachosa comenzó a repicar y las viviendas más destacadas se iluminaron con mazas, candelas y barriles de alquitrán y con cabos de velas los ranchos más humildes. El transitar de criollos y europeos en dirección a la plaza y los tiros de artillería y fusilería indicaban el interés provocado por la noticia en la población. Elegir un diputado que representara a la ciudad en el Congreso de las Provincias, como pedían los miembros de la Junta, llamaba la atención por lo inédito del caso.
        Relatos de la época indican que los más jóvenes se apresuraron a concurrir a la Sala Capitular, sitio donde se iban a tomar decisiones; al ubicarse en los lugares dispuestos para los tradicionales cabildantes se originó un problema de legalidad. Francisco Tarragona, juez y diputado de comercio, se negaba a aceptar que un maestro de artes egresado del Colegio Monserrat le disputara su jerarquía en el asiento asignado para la votación.
        Según algunas opiniones, como la de la autoridad judicial, los jóvenes no eran reflexivos a la hora de votar. Ante tal cuestionamiento la sesión quedó suspendida hasta recibir la disposición de Mariano Moreno. El secretario del nuevo gobierno dispuso que:
“…debía citarse a todos los vecinos existentes en la ciudad, sin distinción de casados o solteros, y la asistencia debía verificarse sin etiqueta y sin orden alguno en los asientos…”.(3)
        Cabildos abiertos con una participación popular integrada por más pueblo y vecinos, que empleados y funcionarios; soldados partidarios en la bocacalle de la plaza, que autorizaran el paso de quienes no poseían invitación pero que respondían a la nueva consigna, darían un nuevo sentido a la intervención política de los habitantes de las villas. De esta manera la disposición colonial sobre la parte principal y más sana del vecindario podía extender el nivel de participación. Aún así, la conformación de cabildos revolucionarios no obtuvo el resultado esperado. Varios de ellos tuvieron que ceder temporalmente al imperio de la coacción realista. Se dieron diferentes situaciones en el territorio del virreinato ante la nueva convocatoria que intentaba ampliar la implicación popular. En algunas villas y ciudades apelaron al consenso previo para dar un nombre que representara al pueblo, en otras las elecciones fueron secretas y hasta corporativas. Pero el caso más llamativo fue el de la elección en La Paz (hoy Bolivia). Allí, Juan José Castelli solicitó que los aborígenes eligieran su propio representante, una decisión acorde a la política filoindigenista(4) de los enviados porteños que aspiraba a reclutar apoyos populares ante la reticencia de los sectores altos.


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(1) Groussac Paul, (1907),Santiago de Liniers, conde de Buenos Aires, Editorial Arnoldo Moen y Hno., Buenos Aires, pp. 177.
(2) Robertson John P. y N. La Argentina en los Primeros Años de la Revolución (1916). Buenos Aires, Biblioteca de la Nación, Volumen 690, pp.34.
(3) Busaniche José Carmelo, Hombres y Hechos de Santa Fe (1955). Santa Fe, El Litoral, Editorial Castellví S.A, pp. 90.
(4) Cfr. Halperín Donghi Tulio (1972), Revolución y Guerra, formación de una elite dirigente en la Argentina criolla. Ediciones Siglo XXI, Argentina.

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