Mientras tanto, en Buenos Aires


    
El control de los ríos generaba complicaciones; formar una escuadra criolla implicaba dinero y presencia de marinos, necesitaban hombres capaces de enfrentar a gente experimentada en cuestiones navales, como lo eran los europeos. Los marinos criollos de la armada española, habían estudiado en las escuelas navales de Cartagena, Ferrol o Cádiz. La ascendencia europea de los miembros de esta fuerza, quienes habían seguido esa carrera luego de demostrar limpieza de sangre, influía al momento de tomar partida por el nuevo movimiento político. Sólo nueve guardiamarinas de los cuarenta y dos oficiales de estas tierras combatieron por la revolución.
    Al vocal Juan Larrea, acaudalado comerciante catalán y vocal de la Junta, le correspondió la misión de formar una escuadrilla patriota capaz de enfrentar a las naves españolas apostadas en Montevideo.
    Los marinos realistas conocían el Río de la Plata. Un comisionado en el puerto de Buenos Aires, que actuaba como guardacostas y correo marítimo entre las ciudades de ambas márgenes, informaba en los tiempos coloniales sobre las complicaciones del estuario.
    Cuando los barcos españoles se retiraron del puerto de Buenos Aires, como consecuencia de la revolución, el comisionado fue reemplazado por un partidario de los criollos. Benito Plá, el nuevo encargado de comunicar la situación del desguarnecido puerto a la capitanía o comandancia de resguardo, subía diariamente a la torre del Real Colegio de San Carlos para vigilar el río y alertar sobre cualquier indicio de ataque.
    Los miembros de la Junta tenían intenciones de formar una biblioteca en ese lugar. Por esta razón, habían traído desde Córdoba los documentos de los jesuitas expulsados del Río de la Plata. Interesantes informes caracterizaban los libros escritos por los misioneros de la orden de San Ignacio, quienes para esos tiempos, estaban dispersos por el continente europeo en un número reducido (1).
    Martín Thompson, uno de los nueve marinos que se desempeñaba como capitán del puerto, supo destinar los fondos otorgados por Juan Larrea —vocal de la 1º Junta— para armar una escuadrilla. Los hombres de mar lograron alquilar un almacén de materiales en la periferia de la ciudad —en un lugar de barracas— donde almacenaban cueros y carne salada. Para llegar al lugar, debían atravesar un puente de madera donde cobraban peaje; lejos estaban en estas tierras de salvar obstáculos naturales con puentes de hierro,—como lo habían hecho los ingleses años atrás— en la región central de Inglaterra.
    El riachuelo de los navíos, como le llamaban a la zona, comenzó a llamarse puerto de Barracas. Allí, en esos precarios galpones, se reunían a conversar los nuevos actores sociales de la revolución. Aquellos que se encargaron, poco a poco, de calafatear embarcaciones como la denominada Nuestra Señora de las Caldas, o aprender el oficio de timonel, de artillero o de carpintero naval en las aguas del Riachuelo.
    Algunos carpinteros de ribera eran portugueses, como los González de Almeida y los Moreira de Souza; otros de origen sajón, y hasta los había oriundos de Estados Unidos. Juan Francisco Gurruchaga, aunque abogado, conocía de marina y marineros. El salteño había participado en la batalla de naves veleras de Trafalgar y estaba en condiciones de adiestrar a los tripulantes de la 25 de mayo (Las Caldas), como rebautizaron a la polacra o buque de aparejo redondo, convertida en bergantín después de haberle cambiado de arboladura y nombre.
    Para los tiempos que vivían los criollos, la advocación de la virgen de Las Caldas era menos significativa que la fecha del primer gobierno patrio. Hipólito Bouchard, un comerciante marítimo con trayectoria naval, hacía dos años que vivía en Buenos Aires y se incorporó al servicio de los criollos en el mes de septiembre. El comercio marítimo, redituable en esos años por la mercadería importada, permitía a algunos marinos como Guillermo Brown, adquirir embarcaciones para dedicarse a esa actividad. Este irlandés estaba en Buenos Aires, desde mediados de mayo, allí obtuvo permiso de desembarco de mercaderías al igual que otros veinticinco comerciantes británicos; aunque Brown estaba radicado en Montevideo junto a Elisa Chitty, su reciente esposa. Continuas idas y venidas a Brasil, por cuestiones comerciales, acrecentaron su posición económica; algunos enlaces de amistad con el norteamericano Guillermo Pío White, nacido en Boston, le permitieron relacionarse con Juan Larrea. El americano era un hombre de negocios asociado al abogado Rivadavia, con el tiempo puso sus capitales para armar la escuadra criolla.


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NOTAS:
(1) Doscientos jesuitas administraban cuatro colegios en la partición de Polonia de la cual se apropió Catalina, la Grande..

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