Mujeres de la Revolución


Estanislao, el hijo de Roldán
Gregoria Pérez de Denis.
Monumento en mármol del artista Torcuato Tasso
    Por primera vez ingresaban tropas regulares al suelo entrerriano. Los pobladores movilizados por la situación abandonaban sus familias y actividades económicas para participar de la empresa militar. Las mujeres acompañaban la decisión.
    Doña Gregoria Pérez, viuda de don Juan Ventura Denis o Déniz, una de las mujeres pertenecientes a los estratos más altos de la sociedad colonial de esta región, adoptó una postura leal al nuevo orden. La fábrica de curtir cueros para suela, denominada Las Macieguitas, había dejado en buena posición a la hija del español Bernardo Pérez.
    Luego de observar lo que ocurría asomada a la reja voladiza de su casa solariega(1), doña Gregoria concurrió al Convento de Santo Domingo, donde se albergaba Belgrano. Su cortedad de genio le impidió pedir una entrevista y conversar con el general en la celda del convento donde se alojaba. Según sus escritos, no estaba permitido introducirse en Claustro de Regulares para hacer donaciones. Optó por enviar una carta con su hijo Valentín a la Bajada del Paraná y poner sus bienes al servicio de las tropas patriotas. Doña Gregoria poseía casas, criados y haciendas desde el río Feliciano hasta el puesto de las Estacas.
    No sólo los bienes materiales se ponían a disposición de los ejércitos. Los sectores populares, incluidos los esclavos, fueron reclutados como soldados.
    Antonia López, madre de Estanislao López, acompañó a su hijo, un soldado voluntario de la compañía de blandengues, para que avanzara con Manuel Belgrano rumbo al Paraguay. Estanislao López tenía tan sólo 24 años, como Catalina, su hermana melliza y como Pancho Ramírez.
    Juan Manuel Roldán era el padre de los mellizos López. Algunas normas existentes al momento de su nacimiento hicieron que el patronímico paterno no figurara en los libros parroquiales. El término expósito, anotado en el acta de bautismo, complicaba la interpretación sobre la paternidad. Sin embargo todos sabían que Estanislao López era hijo de Roldán.


Suministros de las expediciones
    Como presidente de la Junta de Gobierno, Cornelio Saavedra desempeñaba el cargo de Comandante General de Armas.
    Entre las preocupaciones de los nuevos gobernantes figuraba el control de armas blancas y de fuego que poseían los particulares. Problemas logísticos (hombres, armas, vestuarios, caballadas) y orgánicos (creación de unidades, retiros, recompensas) se presentaban continuamente.
    Ante la movilización de un ejército, los miembros de la Junta tomaron como base las disposiciones de las Ordenanzas militares recopiladas en 1768 y las dictadas en la Real Ordenanza de Intendentes de 1782, donde aparecía la figura del Comisario de guerra.
    Quien ocupara esta función debía cumplir con una serie de instrucciones y responder a una Junta de Comisión integrada por los Comandantes de las expediciones, por el Auditor de Guerra y por el Comisionado de la Junta Gubernativa.
    El comisario se ocupaba de poner a consideración de la Junta de Comisión sus decisiones como intermediario de dichas resoluciones. En un libro foliado llamado Manual, figuraban los gastos realizados con los caudales entregados por la Junta Provisional Gubernativa.
    En otro de los libros, foliado y rubricado, se anotaban los datos de los víveres entregados a los sargentos o cabos que tuvieran a su cargo la tropa. Tales entregas se realizaban con acuse de recibo y firma de quien supiera hacerlo.
    Resulta interesante la lectura de las Instrucciones(2) para el manejo de caudales y víveres de las expediciones. Allí se detallan datos alimenticios como el de una res diaria cada cincuenta hombres y seis galletas por día para cada individuo. Las velas de sebo ocupadas en las tiendas de campaña se convertían en un material imprescindible.
    Ante la escasez de este preciado elemento, se entregaban tres velas diarias por compañía además de la que correspondía a cada oficial. Tal cantidad no lograba iluminar un campamento.
    Las medidas sobre la distribución de alimentos favorecían a los oficiales. Cantidades mayores de ají, galleta, sal y yerba se entregaban a la plana superior. Algo similar ocurría con el aguardiente, el tabaco y el vino repartidos cuando el comandante de la expedición consideraba necesario.
     Los soldados esperaban el apoyo brindado por la población de las ciudades, villas o lugares donde el ejército hacía mansión. Así denominaban a la estadía de la milicia en un lugar.
   Si bien el ejército patriota tenía instrucciones precisas sobre los gastos extraordinarios y las cantidades ordinarias por sueldo y víveres de sus soldados, las cuentas del Comisario de guerra de los ejércitos de la Patria no siempre eran exactas. Es importante considerar que la milicia comenzaba a verse como un medio de vida y la remuneración mensual que recibían los soldados permitía sobrellevar los tiempos de carestía e inflación, que se veía reflejada en el precio de los bienes de consumo diario. Los historiadores Raúl Fradkin y Juan Carlos Garavaglia han realizado un estudio interesante al respecto (3).
      Una de las mayores preocupaciones en estos recorridos se relacionaba con la custodia de los cajones de dinero. Entre las disposiciones de la Junta figuraba explícitamente la necesidad de colocar los caudales en el carretón que sirviera de habitación al comisario de guerra. Las precauciones no finalizaban ahí, el carruaje debía circular por los pasajes más seguros y con la escolta correspondiente.
    Belgrano obtuvo en Santa Fe donaciones en onzas de oro como las del Alcalde Pedro Tomás Larrechea o la de Álvaro Alzogaray, además de pesos fuertes como los donados por Antonio Echagüe.
      El médico que acompañaba a Belgrano en su cruce por Entre Ríos era el responsable de la Caja de Medicina e instrumentos de cirugía que le habían sido entregados al partir la expedición. Una de las pocas situaciones en las que la responsabilidad no correspondía al comisario de guerra Miguel Gerónimo de Garmendia. En las cajas de medicina llevaban aguas y jarabes, tinturas, sales, ungüentos y extractos. Todo resultaba necesario para las situaciones que debían enfrentar.
    Además de los médicos se incorporaban boticarios, sangradores y practicantes. Documentos de la época informan que Juan Trouvé, médico cirujano examinado en la Habana y Nueva Orleáns, se preocupaba por un problema orgánico que atormentaba al género humano: la enfermedad que el vulgo llama flato. En su viaje por Entre Ríos, Misiones y Paraguay hizo una serie de observaciones y estudios del problema que afligía más al bello sexo. El positivo resultado de dichas observaciones permitió ofrecer asistencia -un año después- a quienes padecieran de ese inconveniente.

Continuará….


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(1) Busaniche, José Carmelo (1955), Hombres y Hechos de Santa Fe, El Litoral, Editorial Castellví S.A, Santa Fe.
(2) AGN. Tribunal de Cuentas. “Tomas de Razón”. Junio-Septiembre, Sala X-2-7-12, 1810.
(3) Fradkin,Raúl y Juan Carlos Garavaglia (2009), La Argentina colonial. Biblioteca Básica de Historia, Siglo XXI editores, Buenos Aires.

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